Y entre puntos suspensivos y elipsis, me dijo: -«Me dedico a las finanzas y a follarte…»-
Entró con prisa, se me antojó que salía de Wall Street, o similar, con esa elegancia incorporada tan particular. En unos breves segundos me desvistió con la profesionalidad del mejor aprendiz de seductor.
-«Quédate solo con las medias y el liguero»- Él, aún vestido y detrás de mí, comenzó a acariciarme, buscando mi mirada en el reflejo del espejo. Sus dedos en mi nuca, bajaban por la espalda con un ritmo sinuoso. Las caricias recién estrenadas y lentas se detenían en mis senos, con sus labios en mi cuello y los dedos enredando mi pelo. Me agarró por la cintura, mientras con la otra mano sujetaba mi cara para que no dejara de besarle ni un breve suspiro.
Con sus manos en mis muslos, buscó mi sexo, sin dejar de observar nuestro reflejo frente al espejo de la habitación. Más voyeur que nunca… más él que nunca. consiguió inflamar el ambiente y mis lunares. -«Separa más las piernas»- Me susurró. Y allí, con el espejo como testigo de este deseo matutino, busco mi placer humedeciendo todos mis rincones.
Sin tregua.
Con rendición.
La mía, claro.
Sus sabios dedos se deslizaban, se introducían como por derecho, volvían a su boca y de nuevo a mi sexo. Y así, muy pegado a mi espalda, con su aliento en mi nuca y nuestras miradas encontradizas en el reflejo del espejo dejé que el momento del placer se alargará, casi tanto como sus besos. Lentos, cálidos, húmedos, en llamas…
L.S.
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