Y besarte hasta que te extingas…
Le pedí unos informes a una hora exacta y no los tuve.
Le recordé el día anterior como me gustaría que los presentara y ni presentación ni informes.
Cuando llegué a la oficina lo hice algo molesta. Camisa blanca, mini falda negra, medias altas, zapatos de tacón negros y mini bolso negro también. Carmín rojo furioso y sombra de ojos gris oscuro.
Él estaba sentado en su mesa y al escuchar el sonido de mis tacones sé que entendió que sus fallos tendrían consecuencias.
Me dirigí a mi despacho, cerré la puerta con el pié y tras encender un cigarrillo y respirar le hice llamar.
Entró.
Y lo hizo con los informes retrasados en sus manos…
¿Que es esto ?- le pregunté.
Lo que me mandó que le entregara hoy- contesto casi inocentemente.
Ya no sirven. Los necesitaba a primera hora- le dije mientras fumaba echándole el humo en su rostro.
No has estado a la altura- le recalqué, mirándole fijamente.
Agarré su entrepierna, suave primero y ligeramente fuerte después.
Eres demasiado indisciplinado para este trabajo- le susurré al oido mientras absorbía su perfume. Uno de mis preferidos, sin duda.
Comenzó a sudar gotas de anticipación.
Entiendo que merezco un castigo- me contestó mirándome al escote primero y al suelo después.
Le cogí de la corbata y le lleve hasta mi mesa.
Con sus manos apoyadas en ella y las piernas ligeramente abiertas me situé tras él y comencé a susurrarle todo lo que pensaba hacerle.
Volví a llevar la mano a su entrepierna y estaba más que excitado, desabroché su cremallera, busqué su piel con mis dedos, y allí estaba. Tan caliente como húmeda.
Después quise buscar sus pezones, atravesando sus trabajados pectorales y los encontré. Tras unas leves caricias los apreté. Tuve que hacerlo.
Quise hacerlo.
Se retorció pero no dijo nada. Mis dedos enredaban su sexo mientras pellizcaban con devoción sus pezones.
Te convendría tenerme contenta- volví a susurrarle muy lentamente.
Por supuesto- me dijo con tono convincente.
Di un pasó atrás y mis manos se dirigieron a sus nalgas, duras y tan excitantes bajo ese pantalón gris oscuro…
Y quise azotarle mientras separaba con mi rodilla más sus piernas.
Se estremeció.
Como me pones, cabrona- dijo en tono medio.
Cállate- le contesté.
Abrí el cajón y saqué una pequeña e inofensiva fusta que guardo para ocasiones especiales. Volví a agarrar fuerte su sexo que moría por resbalarse entre mis dedos y le azoté. Cuanto más aceleraba el ritmo más se excitaba, y más me excitaba yo también.
Sé que masculló cosas en voz baja. Sé que quiso que no ocurriera y haber aguantado el castigo sin más, pero no pudo evitarlo. Se derramó en mis dedos. Con urgencia.
Y lo hizo empapándome de sus «no volverá a ocurrir, lo prometo» y de mi camuflada excitación.
Me gustó que fuera así.
Pero no se lo diré.
«La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada» (Ortega y Gasset. )
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