Otro jueves que quise ir a esperarle a la parada del autobús.
A la misma hora, puntual y expectante, como siempre, aunque esta vez quise darle una pequeña sorpresa, por eso de cambiar lo bueno por lo estraordinario.
Tarde de calor en Madrid, una parada poco frecuentada y a una hora en la que te apetece estar en cualquier lugar menos en una parada de bus, la ocasión lo pedía a gritos.
Me puse un vestido muy corto y vaporoso, de los que se mueven solos según vas caminando o de los que se meten entre las piernas si te descuidas. Me puse unas bailarinas y salí así, sin ropa interior.
Por el calor, y por él…
Ya en la parada, me senté.
Gafas de sol, carmín rojo «bésame ya» y dispuesta a esperarle con una sonrisa hambrienta.
Unos 5 minutos y el bus se aproximaba. Subí un poco el vestido, dejando rozar mis muslos por él y abrí ligeramente las piernas. Pude sentir una ligera brisa y la excitación que comenzó a crecer o tal vez a resbalar.
El bus frente a mí parando. Yo humedeciendo mis labios lentamente con la lengua.
El calor…
Él, bajando a ritmo lento y caminando hacia mí.
Yo, acariciando y llevando mi cabello hacia un lado.
El bus que no acababa de irse de la parada. Mis piernas más abiertas aún, aguardándole.
Y él, cada segundo más cerca.
Y yo, cada suspiro, más excitada y palpitante…
_Yo, con vértigo y tú, haciéndome volar_ me dijo al aterrizar su mirada frente a la mía.
…
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«Lo máximo que se puede esperar de la perfección es un instante»