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Wet and wild.

Precisamente hoy le habían puesto una reunión a última hora de la tarde.

Hoy, que él había quedado en pasar a recogerla a las 19:00 h.

Contrariado escribió un mensaje en el que la informaba del imprevisto que acababa de surgir y le decía que debían posponer su cita hasta las 20:00 h.

Su respuesta no se hizo esperar.

Escueta y directa. Como estirando el significado de las palabras:

-“Entiendo que de vez en cuando puedan surgir estas circunstancias. Entenderás tú también que este retraso tendrá sus consecuencias. Nos vemos a las 20:00 h.»

Y desde la incertidumbre de lo real sintió un rápido escalofrío en su entrepierna.

Eran las 11:00 de la mañana y aún quedaba  por delante casi la totalidad de la jornada de trabajo, después tendría que salir corriendo para pasar a recogerla. Un poco justo de tiempo, pero llegaría.

Afortunadamente, el resto del día transcurrió rápidamente mientras preparaba el informe que debía presentar a su jefe, eran ya las 18:20, estaba dándole los últimos retoques y peleándose con la obsolescencia programada de la impresora. Salió del despacho, solo quedaban en la planta cinco personas de las treinta que allí trabajaban. Esperó a que saliera el informe completo y comprobó que estuvieran todas las hojas.

Cuando volvía hacia su despacho se quedó petrificado. Ella estaba entrando a su oficina por la puerta que daba acceso a los ascensores.

Bellísima como siempre, más deslumbrante que nunca, con un vestido negro que le llegaba a la mitad del muslo y un escote de pico algo insinuante. Las piernas sin medias y unos botines también negros de tacón de aguja que al caminar machacaban el silencio.

Dos detalles más captaron de inmediato su atención: el escote dejaba a la vista una fina cadena en la que colgaba una pequeña llave.

Esa pequeña llave…

En el dedo anular de su mano izquierda llevaba un anillo plateado. Al ver el anillo en su mano, buscó en el bolsillo de su pantalón y sacó otro parecido que colocó en el dedo anular de su mano derecha para poder ir a juego con ella.

Se dirigió andando hacia ella y la saludó besando su mejilla mientras le daba las buenas tardes y le decía que en la vida podría haber imaginado que apareciera por allí. Ella dijo  en un tono suave y a la vez firme, casi en un susurro: -“Vamos a tu despacho”-

Llegaron al despacho y él la hizo pasar por delante,  cerró la puerta detrás de él y ella volvió a hablar con ese tono que a él le hacía olvidar toda distracción que pudiera haber a su alrededor.

-“No tenemos mucho tiempo antes de tu inoportuna reunión, así que desnúdate por completo y túmbate boca arriba en el suelo con las piernas abiertas y separadas, las rodillas dobladas y los talones lo más pegados posible a tus nalgas”-

El obedeció de inmediato olvidando por completo que estaban en su lugar de trabajo. Las personas que quedaban en aquella planta de las oficinas sabían que la puerta cerrada de su despacho era señal de que nadie debía molestarle. Pausada y ordenadamente fue quitándose su traje. La chaqueta primero, la corbata después y por último la camisa . Fue colocando la indumentaria cuidadosamente en el respaldo de una de las sillas que había frente a su mesa de trabajo. Se desató los zapatos, se descalzó y posteriormente dejó cada calcetín dentro de su zapato. Desabrochó el cinturón, se quitó los pantalones y los depositó delicadamente en el asiento de la silla de cuero negro.

Ella sonrió complacida al comprobar que no llevaba ropa interior. Examinó su cuerpo desnudo mientras procedía a tumbarse. Cuando estuvo en la posición indicada colocó un pie a cada lado de su cabeza.

Subió ligeramente su vestido y empezó a bajar en dirección a su cara, apartó con sus dedos la tela de su tanga dejando su sexo al aire justo antes de sentir el contacto de su boca.

Él supo perfectamente lo que tenía que hacer. Ella empezó a acariciar el cuerpo desnudo que se le ofrecía mientras sentía los primeros movimientos de aquella lengua. Sus manos juguetearon con el interior de sus muslos hasta llegar a la pequeña jaula metálica en la que aquel pene luchaba infructuosamente por salir de su encierro. Sus dedos lo acariciaron por entre las piezas de metal que dejaban la piel al aire.

Notó cómo el placer iba creciendo dentro de ella y su respiración se hacía más pesada. Con una mano agarró sus testículos y los apretó ligeramente sintiendo esa sensación de poder sobre él que tanto la encendía.

Recordó el momento en el que había encerrado su sexo en el cinturón de castidad. De esa noche hacía ya dos semanas. Todo ocurrió cuando tras una pequeña desobediencia por parte de él, decidió atarlo firmemente a la cama y mantenerle así minutos, suspiros interminables,  al borde del orgasmo denegándole el placer una y otra vez. Las primeras tres veces que paró cuando estaba a punto de estallar él aguantó perfectamente, la cuarta empezó a balbucear palabras sin sentido pero lo soportó, en la quinta solo gemía, en la sexta intentaba centrarse en el placer de la entrega, en la séptima  gritó, así que ella decidió meterle su tanga en la boca y sellarla con cinta de embalar para que no le escucharan los vecinos. En la octava ocasión en la que le denegó el placer su mirada imploraba que parara, en la novena su cuerpo solo era capaz de temblar  y en la décima, justo donde el limite del sueño y la realidad pierde sus contornos, rompió a llorar de frustración. Solo en aquel momento se apiadó de él y cogiendo una bandeja de hielo se dispuso a bajar la erección, cuando lo consiguió metió el pene en la jaula metálica y la cerró con un candado.

Ese dominio la excitaba casi tanto como la lengua que en ese instante estaba invadiendo su sexo. Si seguía así llegaría a derretirse en muy poco tiempo así que decidió no ponérselo tan fácil, se levantó ligeramente y recorrió la cara hasta que cada poro y cada pelo de la incipiente barba quedaron marcados por ella. Volviendo después a la posición inicial, y dejar que su lengua siguiera buscando su placer.

Al cabo de unos minutos notó como ella se tensaba, la respiración se empezó a hacer más pesada y los gemidos se escapaban de su boca. Cuando el estallido fue inevitable ella mordió la cara interior de su muslo. Un mordisco fuerte y continuado con el que ahogó su orgasmo para evitar que la escucharan fuera de aquel despacho. Ese mordisco hizo que él sofocara su grito dentro de ella, como en un círculo vicioso que hizo que el placer se multiplicara, lo que se tradujo en un nuevo mordisco, ahora en el otro muslo mientras él hundía aún más su boca entre sus piernas.

Tras unos segundos de reposo, todavía sentada encima de él, se incorporó y  acomodó su ropa interior, arregló su pelo, maquilló sus labios, miró el reloj y le dijo:

-“Justo a tiempo, quedan siete minutos para tu reunión”-

Él se levantó de golpe y empezó a vestirse rápidamente.

Esa reunión…

Se le había olvidado. Cuando estuvo completamente vestido de nuevo fue a buscar un pañuelito de papel en uno de los cajones de su escritorio y ella le interrumpió.

-“No te limpies, vas a llegar tarde”-

Recorrió los tres pasos que les separaban y mirando al suelo pidió permiso para hablar. Ella se lo concedió y le escuchó:

-“Muchísimas gracias por esta sorpresa tan inesperada. Siempre es un placer servirte» –

Le agarró de la corbata, tiró de ella hasta que su oreja quedó a la altura de su boca y le habló con la voz dulce y suave que utilizaba cuando quería que en él creciera la excitación de la anticipación.

-“No pienses que con esto me he olvidado del retraso en nuestra cita. Esto ha sido, digamos, un pequeño desahogo y el recordatorio de que mis deseos están por delante de cualquiera de tus obligaciones. Te espero en la cafetería de abajo y no olvides que la expectativa es la raíz de todo dolor.»

 

«Ese instante frágil, en el que todo es posible…» (Genet)

 

 

 

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3 respuestas a “Wet and wild.”

  1. ¡Qué cuento tan maravilloso! Espero que los momentos maravillosos que pasé siendo tu felpudo Diosa pelirroja, hayan inspirado de alguna manera el personaje masculino.

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