«Todos somos modelados y remodelados por aquellos que nos han querido, y aunque ese amor pueda pasar, no somos sino su resultado… Un resultado que muy probablemente ellos no reconocen y que nunca es exactamente lo que pretendieron.»
(François Mauriac)
Cuando Odette encontró a Joel supo que algo sutil les unía. Algo así como un reconocimiento instantáneo.
Tal vez fueron los gestos, las miradas. Ese ”je sais pas quoi.·”
La noche, la ciudad y un bar cualquiera les unió. Ella buscaba color y el calor.
Apenas se conocieron, él preguntó:
-¿Que hace un azul como tú en un cielo como este?-
Ella sonrió mientras encendía su cigarrillo, volviendo a escuchar otra frase de esa boca que tanto placer anunciaba.
-“Dame una noche de asilo y prometo pervertir tus horas”.
Ella sabia que él necesitaba olvidar. Algo. A alguien.
Ella también, aunque nunca lo confesaría. Aun guardaba el último wasap que envió a su «alguien» y que por supuesto nunca contestaría:- ” Estaré bien. BeS.O.S.”-
Y por eso tal vez estaba esa noche allí, para desenredarse de sí misma.
Bella, con sus labios rojos, su mejor perfume y un vestido corto que realzaba sus esbeltas piernas.
Esta noche le hago poesía y le olvido. Se repetía inconscientemente de vez en cuando.
Y de cuando en vez, Joel la miraba de abajo a arriba, demorándose en cada curva que se adivinaba tras el vestido negro. No descuidó ni un detalle, botines negros de tacón alto, medias altas y una lencería recién estrenada en tonos granates.
Él pidió un whisky y ella una copa de vino. Porque en noches así, ella solo podía buscar su fuerza y él su debilidad.
Tras varios sorbos, 4 risas y 3 blues como música de fondo, los labios de él empezaron a acaparar todo el espacio visual de ella. Gruesos, bien definidos, sonrientes. Dejaban mostrar unos dientes perfectos, aunque ella solo alcanzaba a imaginar como sería sentir su lengua en este preciso instante.
Odette se acercó a su cuello con la primera excusa que se le ocurrió, necesitaba llenarse del perfume que él destilaba.
Lo hizo. Y fue como inspirarle.
-Ahora ya estás un poco más dentro de mí-le dijo con todas las intenciones posibles.
El la miró sin sonreír. Serio. Apagó su cigarrillo. Exhaló el humo y mientras su mano se dirigía al cuello de ella, buscó su boca sin más dilación.
Llena de su aliento y de su olor que prometía prosa y verso se dejo invadir por el ritmo de su lengua.
-De lo mas excitante- pensaba ella.
Comenzó a escurrirse entre sus eses , sus erres y sus infinitos.
Y en esa bendita conjugación sexual ella olvidó por un momento que no estaban solos en aquel local. En un elegante y rápido movimiento se quitó su ropa interior, dejó el tanga sobre la mesa y le susurró:
-¿Crees que las caricias soñadas son las mejores?-
Sin duda, no- le dijo él con una sonrisa tan seductora como hambrienta.
Permanecieron largos silencios en el mismo sitio, cerca de la barra y apoyados ligeramente en unos pequeños taburetes. Ella con las piernas sutilmente abiertas y él intentando nadar entre ellas.
Los dedos de él rozaban los muslos de Odette, ella sujetaba su mano con fuerza, como temiendo que con tanta humedad pudiera ahogarse . Guiaba sus movimientos, y le facilitaba la maniobra abriendo en cada suspiro un poco más sus muslos.
-No te muevas-le decía ella jadeante.
Él permaneció con sus dedos dentro de ella varios sorbos de whisky más, sintiendo como se estremecía una y otra vez.
Y así pasaron minutos, o tal vez horas. Sin apenas hablar sobre ellos. No sabían nada de sus vidas. Solo se escucharon entre gemidos y risas. Él no le habló de sus continuos viajes por medio mundo, ni de su pasión por la literatura inglesa. Tampoco ella le confesó que en noches como esta solía leer a Mallarmé o Rimbaud.
-Esto es amor también- le dijo él, retomando su 4 whisky.
…
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3 respuestas a “Nada grande se hace sin quimeras.”
tu habilidad para excitar es proporcional a tu talento para provocar entrega, Lara.
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😘
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Me fascina como con tan pocas palabras puedes decir tanto y espero impaciente tus relatos. Me has enganchado preciosa.
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