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Nadie los cría y ellos se juntan.

«Las mujeres, las buenas mujeres me daban miedo porque a veces querían tu alma, y lo poco que quedaba de la mía, quería conservarlo para mí.»

(C.Bukowski)

 

El día que tropecé contigo hacía viento. Volaban las hojas caidas de los árboles, las ideas y hasta las intenciones.

La culpa de todo la tuvo un semáforo que se demoró demasiado en cambiar de color y antes del inevitable momento,  ya nos habíamos comido las miradas desde nuestras respectivas aceras.

No sé qué me llevó a hacerlo directamente, como si te hubiese intuido desde la distancia, lo que sé es que ocurrió.

«Verde» y nos movimos, cada uno en su dirección.

Lo hiciste con calculada lentitud y en los segundos que tardamos en cruzamos, tu mirada llenó mi espacio cual ejército invasor. Seguí en mi dirección por culpa de mis pies que cobraron vida propia, mi voluntad siguió tu huella que no dejaba de mirarme, ya desde la otra acera.

Me paré. Te observé.

-O vienes o voy- pensé.

Y viniste.

Sonreíste y dijiste a modo de presentación  algo parecido a que el miedo suele ser la antítesis de la vida.

-Apuesto a que sí- contesté sonriendo.

Y como cada uno elige el modo de volarse, de mi boca salió un: – ¿me sigues? –

Y lo hiciste.

La suerte de vivir en una ciudad grande es que casi en cualquier esquina encuentras un hotel o similar, y yo en ese momento necesitaba uno. Así. Como con urgencia.

No dijiste ni una palabra, solo me mirabas, deteniéndote en las asíntotas oportunas.

La habitación olía a moras, o a fresas o a qué sé yo, si yo solo estaba pendiente de quitarte la ropa.

-Déjame que te preparé para lo que viene- te susurré al oído. –

Entendiste mi juego antes de empezar y me seguiste en todo momento incluso después de terminar.

Me desnudé mientras me observabas sentado en la cama. Tiré de tu corbata hacia mi boca, te besé y volví a susurrarte que ahora te tocaba a ti.

Y mientras lo hacías yo te observaba desnuda, sobre mis tacones negros, encendiendo un cigarrillo. Con calma.

Te tumbaste sobre las sabanas. Me tumbé encima de ti. Tu piel con mi piel, eso es lenguaje.-pensé-

-Vamos a dilatar este momento- me decías sonriendo.

-El momento y otras cosas- te contesté.

Y en un astuto movimiento te situaste sobre mí.

Besabas con vértigo y sin atajos.

Comenzaste a lamer mi desnudez. Tu boca se perdió en mi cuello por unos instantes y cuando se encontró, la sorprendí en mis pezones. Y como colonizando mis sentidos olvidé la noción del tiempo.

Estuviste adorando mi coño como se merecía minutos, tal vez horas. Suspiré.

Tu polla comenzó a abrirse camino en mi interior.

Por cómo te movías sabía que albergabas una gran cuota de demonios en tu interior. Apreté tu cabeza entre mis muslos.

-Más fuerte- te pedí.

Y lo volviste a hacer.

Tu voz y tu placer se me escurrían entre las piernas y después de un tiempo indefinido me levanté, dejando las sábanas manchadas de vino y carmín.

Se acabaron los besos, era hora de recogerme el pelo.

Me vestí bajo tu atenta mirada que encendía su cuarto cigarrillo. No disimulé que tenía prisa por marcharme.

Te besé y me dirigí a la puerta, no sin antes dibujar en tu piel con mi pintalabios un:

«No te asustes, sigues dentro de mí…»

 

 

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4 respuestas a “Nadie los cría y ellos se juntan.”

  1. Cuáles son esas calles por las que te mueves? Esos semáforos que te hacen parar y mirar a tú alrededor?
    Algún día te encontraré, otra cosa será que despierte en tí tú intereses.
    Gracias por hacerme soñar.
    Precioso relato.

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