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La magia está en besarte el alma, no los labios.

“Sé quien quieras ser, nadie te está viendo. Ponte a prueba”

 

 

Ella le había citado sobre las 20h para que acabaran juntos el informe que necesitarían entregar al día siguiente. Tomás, su compañero de trabajo solía ser impuntual así que ella sabía que después del gimnasio aún tendría tiempo para darse un baño relajante.

Se dispuso a realizar su ritual preferido, un baño con agua muy caliente, sales y el jabón recién traído de Italia, el que hacía espuma inmediatamente y tanto le costaba encontrar en otro lugar que no fuese allí. Después, encendería unas velas y escucharía algo de blues seguramente.

La casa estaba en silencio y a oscuras, solo se escuchaba el sonido del agua caer impaciente por acariciar su piel.

Ella comenzó a desnudarse frente al espejo, se bajó los tirantes de la camiseta blanca. Se quitó lentamente el pequeño pantalón deportivo que había usado en el gimnasio y que tan bien se ajustaba a sus curvas. Se recogió el pelo en una coleta alta.

Y se descalzó.

El resto de la camiseta acabó en el suelo y tras ella el sujetador. Desnuda frente al espejo comenzó a moverse al son del blues que sonaba de fondo. Y como queriendo seducir al espejo se fue bajando muy sinuosamente el pequeño tanga blanco.

La bañera clamaba su presencia, la espuma luchaba por no rebasar los limites del recipiente y ella, que por un momento olvidó que Tomás nos siempre era impuntual y sobre todo, no recordó que el día anterior le había dejado una copia de la llave de su casa, estaba ajena a cualquier hecho que ocurriera más allá de ese baño..

La puerta del baño semi abierta y Tomás que solo era un fiel compañero de trabajo hasta el momento, acababa de entrar en la casa con la llave, ya que ella no escuchó el timbre. El próximo fin de semana ella viajaría y cada vez que esto ocurría ella le dejaba las llaves para que cuidará de sus plantas.

Tomás nunca confesó lo mucho que se excitaba cada vez que la veía aparecer en la oficina con su vestido rojo corto y ajustado, mientras elevaba su belleza con unos zapatos de tacón, rojos también. O cuando tomaban juntos un cappuccino y ella le hablaba lento mientras relamía el resto de la espuma que bailaba sobre sus labios con una sonrisa casi inocente.

Recordaba un día en el que después de comer juntos tras una reunión, ella se sentó frente a él dejando ver su ropa interior a modo de descuido. Él no supo donde mirar, pero se excusó y en unos segundos ya estaba en el baño encerrado, tocándose y calmando el ansia con el que ella le dejaba en tantas ocasiones. Infiernos por enfriar.

Y esa tarde, allí estaba. En su casa, con la puerta entre abierta del baño y ella desnuda frente al espejo , acariciando su cuerpo al son de la música.

Ella se metió en la bañera, primero un pie, luego el otro y lentamente el calor del agua y la dulzura de la espuma se adueñaron de su cuerpo. Cerró los ojos, humedeció sus labios y se dejó mecer por la calidez del baño.

Él estaba expectante, no pensaba retirarse de ese pequeño paraíso terrenal que se le había ofrecido hoy de modo casual.

Cuando ella comenzó a moverse suavemente bajo el agua y a suspirar, él introdujo más su cabeza en la pequeña ranura de la puerta para no perderse ningún gesto. Ningún detalle.

Pudo ver como abría las piernas y llevaba sus dedos llenos de espuma a su sexo. Arqueaba las nalgas mientras iba introduciendo sus dedos muy lentamente, primero uno, luego dos.

Él moría por saber en que estaba pensando ella para llegar a excitarse tan rápidamente.

Tal vez el contacto con el agua caliente y la espuma la exciten, como a mí me excita su voz, su olor-pensó.

Ella gemía cada vez más fuerte, con su boca entreabierta y los ojos cerrados. Tenía elevadas las dos piernas apoyando los pies de uñas rojas a ambos lados de la bañera. Su pecho sobresalía mostrando unos pezones duros y firmes.

Que ganas de descubrirse, de meterse en el agua de repente y con decisión, con la violencia que da el deseo acumulado y penetrarla hasta que gritara de placer y no dejar de hacerlo hasta que ella  estallase una y mil veces- pensaba.

Que ardor sentía en su entre pierna al no poder hacer ningún movimiento. ¿Por miedo? ¿Por respeto? Buscaba un motivo para no abalanzarse allí mismo. Introducirle sus dedos en la boca y abarcarla entera con suaves y rápidos movimientos. Morder sus carnosos labios rojos que siempre sonreían y provocaban.

Su respiración se agitaba cada vez más. Su mano hace tiempo que estaba atascada en la turgencia de su sexo que luchaba por salir de ese vaquero gris.

Deseaba acercarse a ella, ponerse de rodillas, besar los dedos de sus pies. Esos pies que solían deslizarse sobre el suelo con tanta elegancia y firmeza. Cada vez que escuchaba el sonido de sus tacones en el pasillo de la oficina una sutil erección comenzaba a emanar de él. No podía y seguramente tampoco quería controlarla. Sus tacones y el tremendo desasosiego que quedaba después sobre su piel.

Chuparía cada uno de los dedos de uñas rojas. Lamería con suavidad su empeine. Los llenaría de saliva y de ganas de penetrarla. Sentía el mismo deseo por sentir sus bellos pies en su boca como de comerla entera sin dejar ni un solo rincón por saborear e invadir.

Su mano cada vez rozaba su entrepierna con mas fuerza y rapidez, iba a estallar y solo podía imaginar en hacerlo sobre ella. Sobre su desnudo cuerpo cubierto de espuma, sobre sus piernas abiertas reclamando más placer, más intensidad.

Imaginaba que la espuma se mezclaba con su descarga. Y su descarga con la espuma. Cubriendo así su suave cuerpo.

Lleno de imágenes, de deseo y de ganas de gritar,  seguía con todos sus sentidos cada uno de los movimientos de ella.

La música se paró. La respiración agitada de él se hizo evidente. Ella se percató de su presencia.

Él tembló por un instante.

Ella le sonrió.

Ven- le dijo.

Por fin- pensó. O tal vez lo dijo.

 

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