Así lo vivió él:
El sábado por la tarde no teníamos otro plan que el “dolce fare niente” hasta el concierto de blues al que iríamos por la noche, así que nos tumbamos en el sofá para dormir la película de turno –una de James Bond-. Yo, boca arriba, con mi pijama de médico, y ella, de lado entre mis piernas apoyada en mi pecho.
En un momento dado la protagonista trataba de matar a James Bond después de haberle engatusado, y lo hacía intentando ahogarle con el vestido de latex que llevaba. Para mi sorpresa, esto me provocó una erección tan inesperada como indiscreta.
Del concierto, solo puedo decir que fue espectacular. La música también. No puedo explicar muy bien cómo ni porqué, pero estuve toda la noche deseando que acabara el concierto para poder llegar a casa y hacerle el amor. Y por fin dejaron de cantar, y yo le estaba diciendo que nos fuésemos antes de que acabase el último acorde. Me miró con una risita contenida, me preguntó si tenía sueño. Me metió la mano en el bolsillo trasero de mi vaquero y nos fuimos al coche al ritmo de sus tacones sublimes y del vaivén de sus caderas, enfundadas en una preciosa minifalda de cuero.
Nos metimos mano en el coche, en el ascensor y en el rellano, y para cuando llegamos a la habitación apenas nos quedaba ropa . En ese momento me tumbó en la cama, y se agachó despacio, para que me deleitara con su precioso culito, hasta coger mis pantalones del suelo. Sin dejar de mirarme, sacó el cinturón de cuero, metió el extremo por la hebilla y, arrodilla sobre mi pecho, inmovilizó mis muñecas con una especie de nudo corredizo improvisado. Luego ató el extremo libre del cinturón a uno de los barrotes del cabecero y bajó muy despacio hasta mi oreja para susurrarme: –me encanta que tengamos los mismos gustos-.
Deslizó su lengua desde mi oreja hasta la comisura de mis labios, y acto deguido comenzó a devorarme la boca. Notaba sus manos sujetándome la cabeza, moviéndomela para no dejar ningún rincón de mi boca sin barnizar con su saliva, cuando sucedió. Intenté inspirar, pero tenía mi boca completamente dentro de la suya, y una mano suya bloqueando mi nariz y sujetándome la cabeza.
Imposible respirar. Imposible dejar de besarla… imposible frenar mi erección. Yo tragaba intentando engañar a mis pulmones, mientras degustaba su saliva como el mejor manjar del Universo. Ella buscó a ciegas mis pezones, y comenzó a apretarlos como para distraer mi atención del hecho de me faltaba el aire. Yo abría y cerrabaja los ojos, pero no sabía si al abrirlos de nuevo quería que lo que estaba pasando fuera un sueño o la dulce y asfixiante realidad. Oía su respiración, sus gemidos cada vez más altos y más agudos a medida que notaba mi desesperación, y trataba de mover el pecho a ese ritmo, como si fuera yo el que disfrutara de ese precioso aire. Poco a poco, empecé a notar un mareo mareo embriagador que me invitaba a abandonarme a ese dulce tormento.
En ese momento, ella tomó aire, lo retuvo un tiempo en sus pulmones, y lo exhaló suavemente sobre mi nariz al tiempo que separaba su mano para que yo pudiera inspirar profundamente. En esa situación tan límite, el olor de su respiración se tatuó en mi cerebro, mientras avanzaba sin freno hasta inundar el último rincón de mis pulmones completamente vacíos.
Se separó, mirando mi respiración agitada y la expresión de mis ojos y me dijo:
–Ahora tú también me llevas en lo más profundo de tu cuerpo-.
Y así, ella:
Semanas sin verle. La impaciencia desbordándose entre sus piernas. Escucharle al otro lado de la linea, verle y por más que alargara su voz no conseguía rozarle.
Y como por arte de magia, lo bueno llega y ademas incluso se queda, esa noche se vieron. El testigo sería un concierto al aire libre de blues. Ella pensó que no se le ocurría mejor combinación que esa música y él. Él con su tejano pegado, con su voz, con su barba de 3 días, con su cuerpo de «méteme mano aquí y ahora».
Ella se vistió para la ocasión, mini falda, sandalias altas y una escueta camisa blanca, pero como ella era de andar entre nubes y de brisa ligera, acabo retirándose las sandalias quedando descalza .
Y bailar.
Y sentir.
En algún momento, mirándole de perfil, comenzó a recordar la película que habían visto horas antes. Hubo una escena que le recordó una práctica que ella estaba deseando realizar con él. Así que, no se sabe quien de los dos en un momento dado tuvo más urgencia en abandonar el concierto tras varias horas.
En el coche, ella quiso comprobar si él llevaba ropa interior o si la había dejado en algún rincón como por olvido. Para su placer, no llevaba.
Él condujo hasta el apartamento de ella con la noche madrileña como testigo, observando como sus dedos de uñas rojas no se apartaban de la entrepierna de él.
Y como eso le supo a poco, en un momento dado ella se sentó sobre él, aprovechando que la ciudad estaba casi vacía .
-Sobre todo, no te disperses y conduce bien- le dijo ella sin dejar de morderle los labios.
Y lo hizo. Ni supo como, pero llegaron a su destino.
Ella, empapada. De calor también, y él sin saber si subir o quedarse allí en el coche. Y tal vez romperle el tanga negro con urgencia, o quitárselo y esconderlo para llevárselo después en su bolsillo. Y sentirla. Introducirse en sus abismos. Llenarla. Y bailar fuerte. Muy fuerte dentro de ella.
Pero ella tenía otros planes. Le llevó de la mano hacia sus rincones.
Le amarró a la cama con su cinturón. Desnuda, comenzó a bailar a ritmo del blues más seductor que pudo encontrar. Descalza, con el pelo recogido, hasta que en un momento comenzó a soltarlo dejándolo caer sobre sus hombros. Ella giraba sobre si misma muy lentamente. Él intentaba hablar, pero ella lo impidió dejando dentro de su boca su lencería.
Momentos después ella liberó su boca. Necesitaba sentir su aliento. Le llenó de saliva y calor.
De profundidad.
Pero el ritmo pedía más. Le tapó suavemente la nariz mientras su boca seguía invadida por su lengua. Y sin ganas de desalojar.
Él respiraba como podía o como ella le dejaba. Su excitación rebosando. Ella quiso sentirle en ese instante. Sin demora. Llevó sus dedos hacia su sexo y le indicó donde debía quedarse.
Ella se movía lento, a veces le permitía un soplo de aire y volvía a privarle segundos después. Recordaba cuando un día él le dijo:
-Si un día me pierdo, será por ti-
-Respírame y siénteme- le susurró.
Él, ni quería ni podía hacer otra cosa. Sentirla, perder la noción del tiempo, confiar y dejarse invadir …
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6 respuestas a “Respirándote.”
Que embriaguez más dulce respirar solo de su aliento y beber solo de ella. .. droga peligrosa de la cual no hay un sustitutivo, quizás sea mejor no probar para no tener esa dependencia.
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¿Quizás sea mejor no respirar…?
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SIETE VECES NIDO
Deberían reinventar la palabra azote
los que no han recibido su mano
ni surfeado sus rodillas,
deberían reinventar el concepto castigo
mirándole a los labios
en plena despedida,
deberían dejar que el azar
hiciera su trabajo
y nos uniera para siempre
como sin querer, como con prisa;
deberían prohibir toda sonrisa
menor de 180 grados
entre su melena y mi camisa
y tal vez,
tal vez,
deberían estudiar mejor el diccionario
para volver a no-encontrar
ni una sola palabra que la defina.
04/08/2019
A mi Diosa Lara,
espejo de vida y sabor,
sostén de ilusión y sueños.
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Que bonito😘😘🌟!
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Realmente bueno tórrido y delicado. ..
..
Vamos como para querer vivir lo
DANIEL
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😘🌟
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