-Soy tuyo- me dice.
-Exprímeme, vacíame-
-Déjame exhausto y llénate de mí-
Y eso acaba ocurriendo.
Salgo a la calle, vestida con un traje corto sin ropa interior ya que la que llevaba hasta hace apenas minutos, se la regalé a él en nuestra última embestida y así,
sin darme cuenta o dándome mucha cuenta pero sin importarme,
voy chorreando su esencia entre mis muslos.
Y va bajando él en forma de viscosidad blanca por mis piernas desnudas que recorren mi piel lentamente como en un intento de volver a acariciarme, aún sin tener sus manos presentes y sucede que vuelvo a excitarme.
Ahora, que apenas hace unos suspiros le he tenido dentro de mí.
Yo desnuda frente al espejo y él vestido detrás de mí, observándose-observándonos.
Con su aliento en mi cuello.
Con sus palabras en mi nuca enredando mis rizos.
Y mis caderas marcando otro ritmo diferente al suyo, mientras, él luchando porque prevalezca el más fuerte, el más rápido.
Y la lucha de egos.
De intenciones.
Juegos de poder a flor de piel en una serie de apartes que a veces suceden.
Y ocurre que a veces hago paisajes con lo que siento y los saco a bailar,
y esta vez con su humedad a la altura de casi mis rodillas le recuerdo jadeante tras de mí y me revientan las ganas de acariciarme aquí,
en esta calle casi desierta de Madrid,
entregándome al culto de la confusión y del ruido,
olvidando que la salida es siempre hacia dentro.
«Yo ya estoy lejos.
Yo ya estoy en otro mundo.
Amándote con una furia que no imaginas».
( Alejandra Pizarnik)
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