Le dije que iba a estar a mi servicio todo el día.
¿Todo el día?
Él sabía que quise decir varios días.
De cuando el tiempo era circular y las dimensiones se habían pervertido en algún momento…
-Yo te iré indicando tus misiones y como has de vestir- le dije con animo distraído.
Le vi en el salón, con su cuerpo. Su espalda ancha. Sus músculos perfectamente torneados. Su sonrisa de medio lado. Su vello esculpido por algún pintor caprichoso. Su piel morena. Su perfección hecha mía.
Y ese cuerpo se movía coordinadamente como queriendo prepararse un café.
Ese café será para mí, verdad?- le pregunté con pocas ganas de averiguar su respuesta.
Y ese pantalón de pijama bien avenido, a cuadros rojos y negros, recordándome a mi uniforme de vidas atrás. Me acerqué a él, pude prever con buen ojo que no llevaba ropa interior bajo aquello cuadros. La tela de algodón tan fina y su cuerpo haciéndose notar por momentos me llamaron. Tuve que meterle mano.
Por encima de la tela, eso sí. Le agarré fuerte su polla que hacia segundos y suspiros varios ya había comenzado a dilatarse. La apreté. La solté. Le miré. Le besé. Le mordí sus gruesos labios. Me agaché y mordí su miembro suavemente a través de aquellos cuadros uniformados.
Me encanta cuando crece entre mis dedos al mínimo roce- pensé.
Su torso desnudo y esos pezones que me observaban con tanto descaro…
Me acerqué a ellos. Con la punta de mi lengua los ericé, mientras mi mano volvía a acariciar y esta vez sí eran caricias suaves su miembro inmenso.
Mi lengua buscaba sus movimientos incontrolados, su olor. Su dolor. Su placer.
Tuve que apretar mis dientes. Los mordí. Sujeté su polla con más fuerza. Toda la intensidad comprimida en apenas unos segundos.
Cerró los ojos.
Un breve sonido gutural salió de su boca. Apreté más aún.
Aflojé. Busque su boca, mordí su labio inferior y le besé.
-Abre la boca- le indique dulcemente.
Y con los ojos cerrados como esperando algún manjar ya conocido, se relajó.
Mis manos en su cuello, sujetándolo con firmeza.
Y mientras le regalaba mi goteante esa boca sedienta, le dije con tono convincente:
-El café sin azúcar.
Sin aliento.
Y a tiempo.-
«Conocerse a sí mismo
no es garantía de felicidad,
pero está del lado de la felicidad
y puede darnos el coraje
para luchar por ella.»
(Simone de Beauvoir)
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Una respuesta a “No creo en casi nada, pero creo en tu mirada.”
Me ha encantado volver a oír tu dulce voz a través de estas palabras desde allá donde estés.
Un beso.
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