Carta 2, de X a Lara:
Te escribo esta carta, Lara, que es recuerdo y confesión, también una reflexión, una locura. Me pides una crónica y yo te entrego una carta. No tengo remedio…
Me dijeron que esa noche era yo el que daba las órdenes. No había experimentado hasta ese día la posibilidad de que una ama consintiera en ceder su sumisa a otro dominante. Omito la “a”que antecede a “sumisa” porque tuve la impresión de que en el BDSM a tres, la cesión y sumisión de un tercero convierte directamente a un sujeto en un fetiche, como una consagración definitiva del objeto de deseo. De hecho, no sé hasta qué punto aquello pudo llamarse sumisión. El fetichismo se vuelve más fetichismo que nunca. El sujeto, más objeto que nunca, convertido en un recipiente sobre el que se vierten los deseos.
Probablemente fue algo más que eso. Se trataba del reconocimiento de una experiencia, una veteranía, un saber, y el BDSM participa de eso que llamamos saberes, relacionados con el placer, el dolor, la dominación. Cuando Eva me dijo que esa tarde podría jugar con su sumisa sentí, en cierto modo, que se producía esa entrega. A fin de cuentas, Eva y yo habíamos follado en muchas ocasiones y cada uno había tenido sus sumisas, pero nunca habíamos llegado a desarrollar ese vínculo de amistad a través de un tercero.
No eran más de la 20h cuando llegué a su casa. Había oído a hablar a Eva de su mascota en alguna ocasión. No solíamos contarnos nuestras experiencias. Eva tenía entonces 5 años más que yo. Cerca de 42. No reconocí entonces que follar con ella se había convertido en algo rutinario. En realidad, tenía la impresión de que Eva no era capaz de contenerse cada vez que se revolcaba conmigo. Siempre quería jugar a ser más dominante que yo y siempre perdía en el mano a mano entre azotes, mordiscos, arañazos, embestidas y escupitajos. Era precisamente ese momento que precede a la derrota cuando descubría su mayor excitación, cuando perdía la mirada, cuando yo la follaba con más violencia, su momento más excitante que a mi, por fácil y predecible, ya me aburría. Por lo demás, entre Eva y yo no había ninguna relación. Demasiado diferentes como para entablar una buena amistad y mucho menos una complicidad. Nos encontramos en un momento en el que yo necesitaba algo así, algo o alguien sobre lo que no tender puentes ni crear compromisos, ajeno a cualquier reciprocidad que no fuera sexual. Creo que me he vuelto demasiado exigente. Pero esa es otra carta.
Ella era madre de dos hijos pequeños, camarera. Yo dirigía una escuela, escribía. Si nos encontrábamos era por casualidad en otra sesión donde los dos habíamos sido invitados. Nada de lo que yo le contaba le interesaba aunque fingiera fascinación. Yo sí atendía complaciente a las recetas de sus cócteles.
Su sumisa resultó bastante atractiva. No recuerdo el nombre. No la he vuelto a ver. Le gustaba la música electrónica. Era bastante más joven que nosotros. No creo que tuviera más de 30 años. Por su figura, podía pasar por una bailarina, dispuesta a todo. Cuando llegué se encontraban en mitad de una sesión. Sospecho que Eva lo había preparado para que el encuentro fuera así. Nada es casual. Ella llevaba un corsé de cuero negro y unas botas que le llegaban hasta las rodillas. No era elegante. Era bizarro. Su sumisa tan solo vestía en ese momento un collar rojo. Estaba abierta a cuatro sobre la cama, con un hermoso plug anal entre nalga y nalga. Cuando llegué estaba recibiendo los azotes de una paleta. Tenía el culo completamente enrojecido y, por las marcas, parecía que también lo habían azotado antes con una vara. Eva la llamó maleducada y después la obligó a saludarme lamiéndome las botas. Después me susurró al oido que esa noche era nuestra.
Decidí que se vistieran. Le sugería Eva que usara esa noche sus bolas chinas. Nos íbamos a a cenar y después a tomar una copa o a bailar. Les exigí que no se quitaran nada de lo que ya llevaban puesto. Media hora después, estábamos en la calle. La cena transcurrió con normalidad. Después de la primera copa, nos fuimos a un after dividido en cuatro plantas, una vieja fábrica reconvertida en local de ambiente gay, música tecno y todo lo que uno quisiera imaginar . Efectivamente, era bailarina. El local estaba lleno de gente. Todos íbamos vestidos de negro. Los tres comenzamos a magrearnos y a besarnos después de la primera copa, en la primera planta, sin mayor escándalo porque ese after era famoso por sus noches salvajes, sus colas eternas y sus diferentes ambientes. Eva estaba muy cachonda así que nos sentamos en un sofá, ubicado en un reservado y allí comenzaron a besarse y a besarme otra vez. Eva y su mascota acercaron sus manos a mi paquete y comenzaron a manosearlo. Le di una palmada a a la sumisa en la suya, con gesto displicente, como si de una perra se tratara. Después me desabroché los pantalones y saqué la polla tras hacerle el gesto con un dedo para que la chupara. Mientras me lamía la polla, yo jugaba con su plug. Alrededor de nosotros la gente nos miraba. De pronto, eramos tres objetos, tres fetiches. Disfrutaba tanto de aquel juego que no sentí vergüenza alguna. Me sentía embriagado. Sentí que un brazo trataba de magrear a Eva mientras se recomponía en el sofá y trataba lentamente de extraerse las bolas. Estaba chorreando. Quería cabalgar sobre mi así que apartó a su mascota y me encajó en su coño. Mientras Eva y yo follábamos ella se masturbaba a nuestra vera. De espaldas a mí alguien sacó un pene enorme y Eva se lo llevó a la boca.
No sé cuanto tiempo estuvimos así. Pero sí recuerdo que en un momento determinado, aparté a Eva de de mi entrepierna y me levanté. La dejé allí, comiéndose una polla mientras yo me iba con su sumisa a un apartado. En el local casi todo estaba oscuro. Creo que fue en una esquina donde la empotré, como si en realidad yo lo que estuviera en ese momento haciendo no fuera otra cosa que trenzar mis deseos y mis demonios. El mismo deseo y el mismo razonamiento que expresa la gravedad de los objetos, que penetra en un agujero negro, que cambia y altera el tiempo, ese mismo tiempo que se acelera o se lentifica, que se estrecha o se ensancha. En cualquier caso, quiero decir que nuestro deseo tiene la gravedad de un acontecimiento, y cada día me fascina más.
Al final, me quedó el recuerdo de estar en una esquina de Berlín, completamente solo, completamente fuera de mi, ido. No sé si este es el momento más «hard», pero sí sé que no estuvo mal.
Un beso.
Atentamente, Víctor
Pd: Me llamo Victor. Demasiadas intimidades como para seguir siendo X.
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