Reunión importante en el Olimpo para celebrar el solsticio de invierno. Atenea hizo la convocatoria para reunirlas a todas, a sus intimas, a sus pérfidas y bellas cómplices y celebrar esa noche como ellas se merecían.
Llegó Gea con una hora de retraso debido al caótico trafico de la ciudad, llegó y lo hizo enfundada en un delicioso vestido de látex recién adquirido en alguna urbe europea.
Corto y a la altura de sus muslos. Sin ropa interior, como de costumbre en ella y con unos zapatos de suela roja y tacón alto que llevaba en la mano para sentir mejor la calidez del suelo en sus delicados pies. Entró a la casa, descalza con las uñas de los pies rojas, a juego con sus gruesos labios.
Y en el salón de sofisticada decoración estaba Afrodita, envuelta en un perfume único a base de esencias y misterios varios, vestía de negro y oro, un traje de licra muy ceñido rozaba su cálida piel. Botas altas negras y esa sonrisa irreverente en su bello rostro de melena rojiza.
A su lado, su intima Atenea, tumbada en un sofá de cuero negro devorando la última adquisición literaria y fumando con tanta suavidad como solo ella sabía hacerlo.
Y tras Gea, apareció la rezagada Nyx, lucía un cat suit negro, amarrado a su cuerpo como si el tejido temiera dejar de tocarla y no volver a sentirla nunca más. Llevaba atada su rubia y rebelde cabellera en una coleta alta que hizo las delicias del resto de las diosas de melena al viento.
Gea se había encargado del catering, el más exquisito para sus hedonistas cómplices. De la música y otras ambrosiacas bebibles Afrodíta, y de la sorpresa más esperada, Atenea.
En mitad de la noche sonó el timbre y ahí estaba él. Dispuesto a satisfacerlas a todas el tiempo que ellas necesitaran y como ellas deseasen.
¿Por qué? Porque así lo quería Atenea, y con eso era más que suficiente.
Sin paréntesis.
Sin interrogantes.
Sin trincheras.
Con todo.
El esclavo en sí le pertenecía a ella, pero lo cedía siempre que lo consideraba oportuno. Y esa noche era más que oportuno.
Era necessário.
Deseado.
Planeado. Que las sorpresas estimulan, pero un buen plan permite disfrutar del ritual de la preparación con tanto deleite como del momento de la ejecución.
Algo tímido pasó, sabia que serían varias en la reunión, con lo que no contaba era con tanta belleza y despliegue de armas de seducción masiva. Su voz tembló cuando su dueña le preguntó el motivo de su tardanza.
Él titubeó.
Tosió. Se azoró.
Y finalmente alcanzó a pronunciar palabra cuando ella le miró retadora.
-El trafico en Diciembre en esta ciudad es terrible, lo siento mucho.-
-Esta bien, vístete con la ropa que te dejé en el baño y prepárate para servirnos la cena. Necesitamos saborear algunas cositas, después ya pensaré cómo nos compensarás por esta falta.-
Todas llevaban una adornada máscara cubriendo parte de su rostro, era parte del juego y de la noche. Cuando el esclavo estuvo preparado con su ropa elegantemente elegida por su dueña se presentó ante ellas, arrodillado y dispuesto a obedecer. Dispuso según lo ordenado todos los manjares en una bandeja dorada sobre una mesa baja.
-Prefiero otro tipo de mesa- murmuró Atenea sonriente.
Él supo como debía colocarse, finalmente llevaba años al servicio de su dueña.
Dispusieron el sushi y otros caprichos invernales sobre su espalda y a él le cubrieron con una capucha de cuero con las aberturas estrictamente necesarias
-Buen semental, Atenea, atractivo, educado y servicial, te felicito querida.-comento Gea sonrientemente impresionada .
Atenea acercó sus labios a los de su amiga y la besó en señal de agradecimiento.
Pasó un intervalo de tiempo indefinido cuando Afrodita le preguntó muy atentamente si tenía algo de hambre, él modestamente dijo que no, pero al insistirle acabo admitiendo que sí, entonces ella le ofreció su pie de perfectas uñas rosas. Lo introdujo en su boca mientras Atenea comprobaba que su postura permanecía erguida, si en algún momento él flaqueaba, ella misma le enderezaría con la fusta que en todo momento la acompañaba.
Como ella solía decir: «El mejor amigo de una mujer es una buena fusta.»
Su dueña sabía que aguantaría perfectamente la postura pues en su adiestramiento había conseguido que aguantara varias horas en la misma posición sin moverse ni quejarse. Sin embargo esta situación era nueva para él.
El primer golpe para corregirle dolió, más moralmente que físicamente y a pesar de que ni se quejó ni dejó de adorar el pie que ocupaba su boca, sí se movió ligeramente y estuvo a punto de perder el equilibrio, peligrando la bandeja que descansaba sobre su espalda.
Todas comentaron divertidas que ese control que hizo que en el último momento la bandeja no se cayera al suelo le había librado de un castigo bastante severo. Un castigo que se habría sumado al inicial por su retraso injustificado e imperdonable.
Tensó el cuerpo y concentró todos sus sentidos en la tarea de ser una mesa perfecta mientras su boca adoraba el pie que se le ofrecía mientras notaba como el deseo corría por las arterias de las calles sin nombre.
Lentamente las diosas fueron disfrutando la cena, de vez en cuando le preguntaban si tenía hambre y él agradecía la pregunta para después responder que sí, momento en el cual su boca era poseída por uno de los bellos pies de alguna de ellas para que lo besara y lo adorara.
Su lengua trazó los perfiles de cada uno de aquellos suaves pies, los recorrió sediento, hasta que Atenea, siempre pendiente de él, decidía hidratarle con su dulce saliva. Entonces ella recogía su cabello, levantaba el rostro de él, le miraba atentamente y le ordenaba que abriera su boca. El lo hacia ansioso. Ella casi rozaba sus labios con los de él, pudiendo atrapar su delicado perfume y como a cámara lenta le iba nutriendo y en cada gota, un pequeño éxtasis para él. Y en cada partícula de vida que ella le regalaba, más crecía su devoción hacia su dueña. Su ADN se multiplicaba por mil veces el nombre de ella. Agonía y muerte. Vida y volver a renacer después.
La cena terminó. La noche se prolongaba. El limbo eternizado en la piel del esclavo.
Ven, sígueme.- Atenea le ató una correa al collar metalizado que adornaba su cuello y le guió hacia una sala de baño perfectamente ambientada. Luces tenues, música de fondo y un gran jacuzzi listo que aguardaba la entrada de las bellas ninfas. Atenea le ató al toallero mientras ellas se desvestían.
Le cubrió los ojos, y ellas fueron deshaciéndose de sus atuendos con ayuda mutua. Gea, desvestía a Nyx. Sus uñas largas a veces se enredaban en la blanca piel de su amiga, ella sonreía y la ayudaba en la tarea. Entonces Afrodita se acercaba y rozaba los senos de Gea, Atenea las observaba y en el instante menos esperado y más deseado mordisqueaba los pezones de Gea. Gea entonces se deleitaba en la escena mientras comenzaba a navegar en la espalda de su amiga, y bajando llegaba a sus nalgas perfectamente dibujadas, las agarraba con delicadeza. A intervalos de fuerza. Ella gemía pidiendo más. Mientras, el fiel esclavo solo podía escuchar y adivinar la escena.
Ellas casi podían sentir como se iba agitando la respiración de él, disfrutando así por tan lenta y dulce agonía.
Se sumergieron en el agua burbujeante. El jacuzzi era redondo y grande. Cabían perfectamente las cuatro y habría entrado igualmente una quinta persona, pero eso aún no era una opción para él.
Se embadurnaron de geles, espumas y ambrosías.
Se tocaron.
Se rozaron.
Se profundizaron.
Se gozaron.
Se besaron.
Extasiadas rieron.
Bromearon.
Él las escuchaba. Gemidos. Risas. Cuchicheos. Placer acuoso. Chapoteos y más gemidos.
Adivinaba la risa de su dueña, inconfundible. Como cuando reía cerca de él y al hacerlo se paraba el mundo.
Deseos reprimidos. Esa era su condición. Aguardar. Conformarse. Agradecer. Ser.
Y ser para servir. Y disfrutar en la entrega.
Varios delirios después desearon salir y Atenea se adelantó. Desató al esclavo, le quitó el antifaz y le ordenó que las secara. Una a una.
Eso hizo.
Comenzando por los pies, las piernas, suavemente fue secando la humedad que escondían entre sus muslos, apenas se atrevía a rozar su sexo, pero Atenea le dio permiso y eso fue haciendo con todas. Sus nalgas, sus vientres, sus senos.
Gea entonces, se sentó en el jacuzzi abrió las piernas y le indicó que no la había secado bien. Él se esforzó en el intento.
-Así no- le regañó molesta.
-Con el calor de tu lengua.
Afrodita le quitó la capucha para que fuera más ágil en sus movimientos y él se dispuso a obedecer.
Cuchicheos. Risas. Una trama en el aire. Un castigo pendiente. Unas ganas de más. Siempre más.
Atenea le azotó mientras satisfacía a su amiga.
-Esfuérzate, esclavo, después deberás hacer lo mismo con nosotras 3. Todas hemos de quedar muy complacidas.
Él tembló. De promesas de placer y de responsabilidad.
Las 3 se enfundaron con varios utensilios, fustas, látigos y varas, por si en algún momento debían corregir algún mal ademán de él.
Desnudas y sentadas en linea sobre el jacuzzi, abrieron sus piernas y aguardaron deseosas de sentir esa lengua tan perfectamente amaestrada.
Mientras esperaban su turno se iban acariciando entre ellas, sin dejar ningún placer en el aire, enlazaban sus lenguas en sus senos, sus dedos infinitos en los muslos algo húmedos aún. Las ganas con el deseo. La lujuria con la gula…
Y como el tiempo en el Olimpo es irreverente, esa noche especial aún sigue siendo esta noche…
«Yo confieso que no recordaba haberla amado nunca en lo pasado, tan locamente como aquella noche…»
(Sonata de Otoño. Valle-Inclán)
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3 respuestas a “Pronúnciame despacio.”
No dejas de superarte.
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🙂
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Por tu dolor guiado hacia seductores climas,
veo un puerto lleno de velas y arboladuras,
barcos aún con huellas de las olas marinas . ( Ch. Baudelaire).
Precioso relato, ¿ o quizá realidad? En tus dominios se mezclan en perfecta simbiosis la realidad y la ficción
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