Que la inspiración te encuentre trabajando me dijo el otro día mi amigo Picasso, y tal cual, hoy me encontró trabajando-me en el gimnasio situado en la azotea del edificio. Y cuando menos lo esperas, empieza la película sin director de por medio…
Apareció un vecino de unos 30 años en bañador con una toalla sobre su hombro, supe que por su estilismo se dirigiría a la sauna que se encontraba al lado de la sala de gym. Se percató de mi presencia pese la cristalera oscura que recubría el gimnasio. Titubeó. Se refugió en su móvil antes de dar el siguiente paso. Dubitativo entró, abrió el grifo de la ducha y me dispuse a imaginar, cuando sin esperarlo, aunque sospechándolo, apareció la segunda protagonista en la escena.
Una mujer de unos 55 años, morena, maquillada y con unos labios muy rojos que contrastaban con su albornoz blanco. Iba fumando con semblante seguro y desafiante. La conocía de vista, vivía en el sexto piso junto a su marido de unos 60 años.
Apagó el cigarro en el cenicero que había junto a la puerta acristalada que separaba la sauna del gimnasio y entró sabiéndose observada.
Así que ya estaban los actores principales para rodar la escena en un sábado por la tarde de un mes de abril pasado por lluvia y arcoíris.
Yo seguía con mi entrenamiento, buscando refugio e inspiración. Y como la historia es de quien la escribe, el primer acto no tardó en llegar.
Los gemidos de ella, el sonido de una cachetada tras otra en unos glúteos bien redondeados y carnosos que muy seguramente no eran los de él.
– ¿Quieres más? -le preguntaba él con su ronca voz.
Y ahí estaba yo, entre los entresijos de lo nada sutil. No quería que se supieran observados o escuchados, pero tampoco me apetecía irme. Al fin y al cabo, yo había llegado primero.
Recordé algo que había leído minutos antes: “Que difícil contarte esta verdad porque tú no sabes nada sobre su vestimenta leve, que se va deslizando por los muslos y se prende como una enredadera amarga en lo más hondo de las raíces de la vida”.
Los gritos envolventes de la vecina me apartaron del verso.
– “Más fuerte, dame más fuerte”-le pedía una y otra vez.
Me los imaginé sobre los bancos de la sauna, desnudos, empapados. Ardientes y ardiendo. El vecino pegado a la espalda de la curvilínea vecina, azotando sus nalgas y tirando de su larga cabellera negra. Ella, con restos de él en su boca y las piernas separadas, demostrándole cuanta dulzura le cabe de una sola vez, mientras sus jadeos fiel reflejo del buen hacer de él, iban ensordeciendo a las palomas que se posaban sobre la cubierta de cristal.
Imaginé por un momento que habría hecho otro vecino en mi situación. Tal vez meterse dentro de la sauna, con la duda de si sería bien recibido o todo lo contrario. Quizás cubierto de pudor, hubiese abandonado el recinto. O de repente, presa de la repentina excitación, hubiese buscado refugio bajo el agua cristalina de la ducha contigua al lugar de los hechos.
No sé.
Si sé lo que hice yo.
Seguir con mi entrenamiento, en vilo y en trance de promesa.
«Si quieres conocer a una persona, no le preguntes lo que piensa sino lo que ama». (Agustín de Hipona)
Copyright©L.S.23